• Los riesgos de la batalla del relato en España
    Durante estos últimos años el significado de determinadas palabras, como «fascista» o «ultraderecha«, se ha desnaturalizado por completo. El uso indiscriminado y recurrente de dichos términos por parte de cierta clase política y determinados medios de comunicación para referirse a todas aquellas personas que no piensen como ellos es ciertamente preocupante para nuestro régimen político… Lee más: Los riesgos de la batalla del relato en España
  • Se ríen de nosotros y lo toleramos
    La clase política se ríe de nosotros desde hace mucho tiempo, pero jamás hubiera imaginado semejante nivel de cinismo y maldad por parte de dirigentes de distintos colores tras lo ocurrido hace un mes con la Dana en Valencia y otras zonas afectadas de España. Las palabras del escritor Santiago Posteguillo en el Senado, relatando… Lee más: Se ríen de nosotros y lo toleramos

¡Bienvenido!

Soy un abogado de 34 años de Barcelona que ha aprendido a convivir con un problema de salud mental. Y esta es mi historia:

Mi viaje hacia la libertad

Desde que tengo uso de razón, el deporte ha sido una constante en mi vida. Como la mayoría de los niños, empecé jugando en el equipo de fútbol sala de mi colegio, pero no tardé mucho en darme cuenta de que aquello no era lo mío. Luego probé con el baloncesto, y ahí sí que acerté. Lo que jamás imaginé es que este deporte me acompañaría en tantos momentos importantes y me enseñaría tanto.

Siempre fui un buen estudiante, o al menos eso me decían. Con el tiempo, también me convertí en un deportista bastante decente. Mi infancia y adolescencia fueron relativamente «tranquilas», pero había algo que no encajaba del todo. Esa sensación de que algo no funcionaba bien siempre estuvo ahí, como un ruido de fondo que me perseguía constantemente.

Los primeros signos

Todo empezó cuando tenía apenas 6 años. Empecé a experimentar episodios de ansiedad, aunque por aquel entonces no sabía ni siquiera lo que significaba esa palabra. Recuerdo que sentía la necesidad imperiosa de pisar ciertas baldosas del suelo o tocar determinados objetos –paredes, farolas, lo que fuera– antes de llegar a la escuela o a casa. Tenía la sensación de que, si no lo hacía, algo terrible ocurriría. Esta compulsión iba acompañada de una presión constante en el pecho, sudores fríos y taquicardias. Un torbellino de emociones y sensaciones físicas difíciles de comprender para un niño.

Lo más curioso de todo era que, en cuanto realizaba esos rituales, la ansiedad desaparecía como por arte de magia. Sin embargo, no entendía el porqué de esos pensamientos ni la forma en la que mi cuerpo reaccionaba. Todo lo que sabía era que lo pasaba realmente mal. No podía encontrarle sentido y, como era algo tan irracional, me daba mucha vergüenza hablar sobre ello con mi familia, amigos o profesores. Opté por el silencio, aferrándome a la esperanza de que, tal vez, con el tiempo esa angustia desaparecería.

Qué equivocado estaba…

El coste de la ignorancia

A medida que los años pasaban, la ansiedad fue apoderándose de más y más aspectos de mi vida. Por fuera, sonreía y hacía lo posible por mantener las apariencias. Por dentro, sin embargo, la historia era muy diferente. Llegaba a casa y me derrumbaba, lloraba sin motivo aparente y, cuando mis padres me preguntaban qué me ocurría, no tenía palabras para describir el caos interno que me atormentaba. No podía verbalizar lo que estaba viviendo, aunque aquello me estuviera torturando cada minuto de cada día.

Llegué al bachillerato y la ansiedad se hizo cada vez más incapacitante. Pese a ello, continuaba obteniendo buenas calificaciones, jugaba en una liga de baloncesto bastante exigente, participaba activamente en actividades escolares y tenía un buen círculo de amigos. Entonces, si todo iba tan bien… ¿Por qué lloraba con tanta frecuencia? ¿Por qué me aislaba sin razón aparente? ¿Por qué me sentía deprimido? En definitiva, ¿por qué sufría tanto?

Manel en un plató de TV
Manel en La 1
Entrevista en «Hora Punta» de La 1 (2/01/18). Audiencia: 1,8 millones

Aquello tenía nombre

Fue a finales de octubre de 2010 cuando obtuve las respuestas que tanto buscaba. Acudí a una psiquiatra y le conté, con todo el detalle que pude, algunos de los episodios que había vivido desde niño. Su diagnóstico fue claro y contundente: «Tienes un Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC). Lo padeces en un nivel muy alto, pero tiene tratamiento».

Salí de la consulta llorando, pero esta vez las lágrimas tenían un significado distinto. Por un lado, sentí una enorme liberación. Por fin, después de 14 años viviendo encerrado en esa cárcel mental, alguien me decía que todo aquello tenía un nombre y una explicación. Por otro lado, me invadió una mezcla de rabia e impotencia. «¿Y si hubiera sabido antes lo que me pasaba? ¿Cuántas experiencias podría haber vivido de otra manera?», me preguntaba una y otra vez.

Desde ese momento, tuve dos opciones: capitular y dejar que el TOC dominara mi vida, o luchar por recuperar mi libertad. Opté por la segunda. Me prometí a mí mismo que me rebelaría contra esos pensamientos intrusivos. Ya no quería ser un esclavo de mi propia mente.

Entrevista en TV3
Entrevista en «Planta Baixa» de TV3 (4/02/2020)

Mi transición hacia la libertad

Los primeros tratamientos, tanto psicológicos como farmacológicos, no dieron el resultado que esperaba. La desesperanza se apoderó de mí y, en más de una ocasión, pensé en rendirme. Porque cuando alguien está desesperado, es capaz de cualquier cosa. Un psiquiatra que visité por aquel entonces me recomendó que me tomara un «descanso» de los estudios. Cuando le dije que estaba cursando tercero de Derecho, no podía dar crédito: «¿Cómo es posible que estés en tercero de carrera con este nivel de pensamiento obsesivo? Hay personas que, con un nivel como el tuyo, tienen declarada una incapacidad». Mi respuesta fue firme: el Derecho era mi refugio, lo que me daba fuerzas para seguir adelante, y no estaba dispuesto a dejarlo.

Pasaron unos meses de ajustes y reajustes en los tratamientos, y finalmente encontré a mis dos «ángeles de bata blanca». Estas dos personas no solo entendieron mi lucha, sino que me salvaron la vida. Con su ayuda, y con el incondicional apoyo de mis padres y amistades más cercanas, empecé mi «transición hacia la libertad». Así me gusta llamarla.

Durante los primeros años, participé en terapias grupales donde conocí a otras personas que compartían mi experiencia con el TOC. En esos encuentros viví momentos muy emotivos con mis «compañeros de batalla». Nos unía una comprensión profunda de lo que significa vivir con un problema de salud mental, y compartimos un respeto y admiración mutuos que, a día de hoy, sigo llevando en el corazón.

No voy a mentir: esta «transición» ha sido complicada, y aún sigue siéndolo. Aunque mis circunstancias actuales son muy diferentes a las de hace una década, todavía hay días difíciles. Pero, lo más importante, es que ahora puedo vivir y soñar en construir un proyecto vital. Y creedme cuando os digo que esto no tiene precio. Es como si hubiera vuelto a nacer y estuviera aprendiendo.

Tras muchos años, he conseguido cambiar mi mentalidad sobre esta experiencia. Antes solía pensar: «¿Hasta dónde habría llegado si no tuviera TOC?«, castigándome cada día. Actualmente, ya no lo pienso. He aprendido a decirme: «A pesar del TOC, mira todo lo que has logrado a lo largo de estos años«. Este cambio de mentalidad no solo me ha dado fuerzas, sino que me ha permitido ver mi historia con orgullo y gratitud.

Muchas gracias por haber dedicado tu tiempo a leer mi historia.


Scroll al inicio